Cicatrices cautivas.
Todo vibró.
En ese instante oscuro
el miedo fue una pausa entre dos soles.
Creció después
desnudo y andrajoso
hasta quemar el cerco de mordazas
con su antorcha de cóleras insomnes.
Era el tiempo del odio,
la venganza,
el delirio final de los infiernos
parido por los truenos de la noche.
Eran huellas de estrías desnucadas
fundando la memoria del ultraje
sobre la piel
sin piel
del horizonte.
Era la longitud de los aullidos
encrespando su asombro encaramado,
asolando
a sangrientas dentelladas
la mansedumbre azul de los terrones.
Y cuando la trompeta hirió la urdimbre,
sólo la soledad de la ceniza
se derramó
como un sayal de luna
sobre muslos saciados de aguijones.
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